Las venas del mundo


Algunos de mis recuerdos más preciados de la infancia ocurrieron en o cerca de un río. Aún recuerdo la sensación del agua helada en mis pies y cómo la corriente me jalaba suavemente entre piedras y ramas. 

En vacaciones, con mis primos, solíamos aventarnos a un río que estaba cerca de la casa de campo de mis tíos, desde lo alto de rocas o desde las fuertes ramas de un árbol. Recuerdo viajes por carretera en los que atravesábamos los grandes ríos a través de puentes muy largos.

Siempre he pensado que los ríos son las venas del planeta. Los ríos y sus afluentes llevan en sus aguas nutrientes a humedales, lagos y al mar. También llevan oxígeno y son el hogar de miles de animales. Y son fuente de agua para millones de personas en pequeños poblados y grandes ciudades. Nos dan alimento, entretenimiento, transporte y vida. 

Los desastres naturales recientes nos han recordado que —aunque nos empeñemos en hacerlo— no hay límites, represas o ductos que puedan controlar al agua. Aunque es cierto que las represas pueden ser beneficiosas, en muchos casos y particularmente en proyectos de gran envergadura, los daños son mayores que los beneficios.

El agua que fluye en ríos y conjuntos de ríos es vital para mantener el equilibro natural del planeta y sus condiciones de funcionamiento, entre ellas el clima. Es como la sangre que circula por el complejo sistema de nuestro cuerpo.

Una de las principales causas de muerte en las personas son los infartos o enfermedades cardiovasculares, derivadas del colapso o taponamiento de arterias o venas por aguas contaminadas. En el planeta, por el contrario, sólo un tercio de los grandes ríos continúan libres, sin presas ni canales.

Te pregunto: ¿estamos rumbo al colapso del sistema al bloquear, entubar, manipular y contaminar las venas de la Tierra, que es también un organismo vivo como nosotros? 

Digamos no a las presas y si a los ríos libres.



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